Huertas, Alfredo2024-03-012024-03-011959-01-012309-687Xhttps://hdl.handle.net/20.500.14492/26576Cuando Ataulfo salió a la calle, libre ya de todas las enfadosas discusiones que lo habían tenido ocupado durante horas y horas en el Consejo, se frotó las manos con satisfacción. ¡Vaya, vaya! La vida no era tan mala, después de todo. Había conseguido meterse prácticamente en el bolsillo a todas aquellas eminencias de las finanzas nacionales, tan bombeadas a diario por la prensa venal y gubernativa . . . Le habían rendido homenaje al hacer justicia a su sagacidad que venía a salvar de un desastre hacendístico el plan presupuestario del país. El subsecretario acabábale de insinuar la concesión de una gran cruz del mérito civil, o algo así, a él, al desdichado y humilde producto arrabalero, al hijo de la lavandera, al triste, al solitario, al introvertido.es-SVCuento840Cabeza-BuqueArticle