Representaciones de la violencia conyugal contra la mujer
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2020-10-01
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Dentro del esquema teórico para entender las representaciones sociales, se partirá de la conceptualización de R. Chartier, para quien las representaciones sociales como el resultado de la relación entre “una imagen presente y un objeto ausente, una que vale por la otra porque es homóloga. La representación supone una “clara distinción entre lo que representa y lo que es representado, la representación es la exhibición de una presencia, la presentación pública de una cosa o una persona”. Las representaciones sociales son concepciones comunes o grupales sobre un determinado objeto o fenómeno a partir de las cuales surgen normas, patrones aceptados socialmente y que además brindan pautas de conducta y comportamiento para quienes lo integran. Foucault plantea el proceso de construcción de identidades en dos vías, en el primero considera la construcción de las identidades sociales como: “el resultado de una relación forzada entre las representaciones impuestas por aquellos que poseen el poder de clasificar y designar y la segunda vía, está formada por la definición sumisa o resistente que cada comunidad produce de sí misma”. Es decir hace referencia a las representaciones que desde los sectores dirigente (gobernantes, pensadores e instituciones con autoridad e influencia en la sociedad) tienen como propósito imponerse en los sectores subalternos y a las posible reacción de estos ante esas presiones, ya sea a asimilando el discurso externo o resistiéndose al mismo. En relación a la primera vía de construcción de representaciones sociales sobre la violencia, desde los grupos intelectuales e instituciones religiosas católicas se apreciaba un discurso dual en relación a la violencia conyugal contra la mujer. Se condenaban por un lado los hechos de violencia por el desorden social y el escándalo que generan, pero se buscaba siempre legitimarlos basándose en la condición naturalmente violenta e ignorante de los grupos étnicos indígenas o en la influencia de elementos circunstanciales como el consumo del alcohol. Se condenaban las manifestaciones violentas, pero se legitimaba el uso de la fuerza como una reafirmación exclusiva de hombría y de masculinidad frente a otros. Se mostraba una actitud social de lástima hacia las víctimas de violencia conyugal; pero se promovían los valores del perdón cristiano, el silencio y un orden familiar patriarcal en el cual la mujer debía permanecer en obediencia y sumisión hacia su marido. Se reconocía el problema de la violencia dentro del espacio familiar, pero se le consideraba un problema de esfera privada y se invisibilizaba dicho problema dentro de los sectores socio-económicos privilegiados o ligados a los grupos intelectuales. La representación social predominante de la violencia conyugal contra la mujer, la reconocía como un problema exclusivo de sectores socioeconómicos bajos, con características étnicas indígena; era un problema de ciertos grupos sociales, pero no de “la sociedad”, entendida como el conjunto de ciudadanos legalmente reconocidos. La reproducción de los discursos de legitimación de la violencia conyugal contra la mujer, los patrones de género diferenciados en función del sexo y una estructura familiar patriarcal llevaron a la normalización de la violencia contra la mujer dentro del matrimonio de 1900 a 1930. La segunda vía de construcción de identidades sociales la considera como: “la traducción del crédito acordado entre la representación que cada grupo hace de sí mismo y por lo tanto de su capacidad de hacer reconocer su existencia”. A través de la construcción de identidad que hace un grupo de sí mismo y de su identificación (estableciendo elementos en común entre sí mismos y diferenciándose del resto de la sociedad) quienes no comparten dicha identidad reconocen las manifestaciones que los caracterizan y definen como grupo. Desde los agresores se observó una gran concordancia con las representaciones dominantes, por ejemplo: el usar de la fuerza como reafirmación de la autoridad masculina dentro del grupo familiar y como mecanismo disciplinario y de coerción para corregir actitudes y comportamientos considerados por ellos mismos como inadecuados. Desde su perspectiva, los hechos de violencia eran el resultado de elementos externos a sí mismos; como la ira o los celos ocasionados por el comportamiento de sus esposas. Las representaciones que surgieron desde las victimas concordaban con la representación dominante: conservar la imagen de armonía familiar y perdonar las acciones violentas de sus maridos; sin embargo, la resistencia expresada a través de la retribución misma de la violencia, o el establecimiento de denuncias contra sus cónyuges agresores, era un patrón conductual que no se encontraba dentro del discurso promovido desde los periódicos o desde la Iglesia Católica. Se ha mencionado anteriormente que, con el establecimiento de denuncias, las mujeres víctimas de violencia conyugal no buscaban el establecimiento de una condena o pena hacia sus agresores, la finalidad de las mismas se enfocaba en disminuir las conductas agresivas de sus cónyuges, cuando consideraban que se había puesto en peligro su vida. No es posible negar el control e influencia de las autoridades civiles y eclesiásticas en la vida popular: creencias de matrimonio indisoluble y normalización de prácticas de violencia familiar y matrimonial. Sin embargo, es importante reconocer, que las mujeres de los sectores populares no asimilaron totalmente el discurso eclesiástico, puesto que hicieron uso de diferentes formas de resistencia, como las denuncias, para persuadir a sus cónyuges cuando consideraban que su vida estaba siendo amenazada.
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Violencia conyugal, mujer, representaciones sociales, prácticas judiciales